"Que el hombre sepa, que el hombre puede"

Me recuerdo entonces en el umbral de cumplir mis primeros 20 años: rebelde, con aires de rockero, músico incipiente, pelo largo, defensor de los imposibles y con la cuota de irresponsabilidad propia de la edad.

En esos días, un poco por obra del destino y otro tanto del azar, llegó a mis manos un libro, no recuerdo haberlo solicitado, quizás subliminalmente manifesté interés por él, el orden de los hechos lo tengo un tanto difuso. Si por esos años no fue el primer libro que leí, estuvo muy cerca de haber sido.

“Viven!” se leía en su tapa. Ese título y por la reseña que me adelantaron previo a su lectura, mi lado más curioso encontró argumentos muy sólidos para sumergirse entre sus líneas con total predisposición y atención, que les aseguro, en esos años de juventud, eran términos que sólo registraba en un aspecto puramente teórico.

Así fue que, página tras página, se fue gestando dentro de mi ser, uno de los pilares fundamentales, aquel que sostiene que, si el ser humano quiere, puede, y que los imposibles sólo viven en las ideas de quienes no se animan a crecer.

Ese proceso se fue desarrollando sin mi autorización racional, todo fue una conexión directa entre la historia y mi lado más sensible, entre ellos decidieron ponerse a trabajar omitiendo cualquier prejuicio mental. Los hechos del relato, las palabras elegidas para expresarlos, los testimonios y el peso mismo del valor de la hazaña fueron fuerzas incuestionables para ese propósito trazado por mi inconsciente. La obra estaba en marcha, tomó control total de los poros de mi espíritu y se llenó de sueños. Desde entonces pienso que respiro aventuras imposibles.

Creo sería oportuno, para aquellos que no conocen la historia, refrescarla un poco. Cito lo primero que encuentro hoy en Internet: “El accidente del vuelo 571 de la Fuerza Aérea Uruguaya, conocido popularmente como el «Milagro de los Andes», ocurrió el viernes 13 de octubre de 1972, cuando el avión militar con 40 pasajeros y 5 tripulantes que conducía al equipo de rugby Old Christians ―formado por alumnos del colegio uruguayo Stella Maris― se estrelló en un risco de la cordillera de los Andes en Mendoza (Argentina), a 3500 msnm, en ruta hacia Santiago de Chile.”

Dos aspectos sobresalieron por sobre los demás para mi atención de entonces. El primero, y creo es el más importante, fue tomar consciencia de la fuerza y el poder inagotable que tiene todo ser humano cuando realmente desea algo y se propone alcanzarlo. El segundo fue intentar pensar cómo una persona logra atravesar, caminando durante casi 10 días y sin un destino claro, en situaciones que al día de hoy no podríamos imaginar, uno de los paisajes o recorridos más duros que puede ofrecernos la naturaleza como es el escenario, inabordable en todo sentido, de la cordillera de los andes.

En mi adolescencia era muy fácil construir ídolos y superhéroes, los primeros puestos se los llevaban los músicos de mis bandas favoritas. Mi criterio de selección denotaba cierta fragilidad en la toma de decisiones, la cuestión es que todos estaban plasmados en los posters que colgaba en mi habitación, pero aquel año el mapa mental y emocional de mi vida requirió hacer más espacio para poder recibir a mis nuevos héroes. A diferencia de los otros, éstos no eran personajes de historietas ni tampoco personas ajenas y distantes a mi realidad cotidiana. Esos supervivientes, tanto los 16 que llegaron al final, como también los 29 que quedaron ahí, eran todos personas como uno, comunes y corrientes. Personas como las demás, con sueños, con miedos, inseguridades y por sobre todo, con mucha juventud y vida por delante. Esto último no era el condimento con el que me identificaba más, también lo era la cercanía que tenían algunos aspectos con la realidad más próxima que me rodeaba: tenía la misma edad, hablaba la misma lengua, vivía en el mismo país, competía deportivamente y obraba creyendo que las cosas duras de la vida, solo estaban guardadas para las generaciones mayores. Aceptar que uno es muy finito y que todo se reduce a instantes era una idea para la que aún no me sentía preparado, por lo que se agudizó mucho el sentimiento que aquello le pudo haber pasado a cualquiera.

Sin querer ese día nació uno de los primeros grandes deseos de mi vida: “tengo que ir a ese lugar y ver con mis ojos la magnitud de lo leído”. Entonces me faltaba todo para poder cumplirlo, carecía de experiencia, de recursos y coraje para semejante aventura, entre varias cosas más.

Hoy, pasados un poco más de 20 años de aquellos días, más precisamente hace poco más de un mes, sucedió lo que creía tan lejos como los sueños mismos. Aquel adolescente, pudo llegar a ese punto remoto en el mapa de nuestro planeta.

Con la sola compañía de su mochila, con sus propios pensamientos y experiencia de vida, ese joven, más un grupo reducido de personas, que con similar motivación e interés emocional decidieron abordar el desafío de la aventura.

La responsabilidad de llegar hasta ese punto la absorbieron las piernas y el lomo de los hermosos caballos que nos ayudaron, quienes en humilde silencio, y sin cuestionarnos nada, dejaron que montásemos en sus espaldas nuestros sueños de libertad y aventura.

Así fue que en el transcurso de dos días, junto a esos nobles caballos, fuimos atravesando los hermosos pero difíciles, pasajes que ofrece la cordillera de los andes, hasta alcanzar el punto del mapa elegido y lugar soñado por muchos.

El camino hacía ahí parecía no tener fin. Todo resultaba cerca y alcanzable para nuestros sentidos, pero la realidad nos mostraba paso a paso, que solo era un espejismo y qué, en el escenario donde estábamos, solo éramos una parte muy secundaria e intrascendente.

Visualmente, teníamos identificada la montaña hacia la cual nos dirigíamos y nos parecía que muy pronto llegaríamos, pero a medida que avanzábamos, parecía que cada vez se alejaba aún más de nosotros. Uno avanzaba, subía y bajaba por las laderas de la montaña, soportaba el viento indomable en muchos pasajes, y si bien estábamos acercándonos, el destino parecía mantenerse siempre a la misma distancia. Las horas de recorrido no se relacionaban en la misma forma, con la distancia que debería ir descontándose, entre donde estábamos y hacia dónde íbamos.

En esos pensamientos navegaban mis sentidos, cuando de pronto y casi de sorpresa se dejó ver a la distancia como un punto entre las piedras, la ya conocida pirámide que puso Las Leñas en homenaje y donde hoy están los nombres de todos.

En ese instante, a ese entorno y la historia misma de los hechos, se le sumaba la carga emotiva que llevaba conmigo, por lo que se produjo un cóctel de emociones, del cual pude ver en el brillo de las lágrimas, la satisfacción de un sueño cumplido.

Desde que identificamos a la distancia el lugar deseado, hasta que finalmente llegamos y bajamos de nuestros caballos, todo ese lapso lo protagonizó un silencio total de todos. Sólo se escuchaban los sonidos del viento y los propios del lugar. Todo era respeto y cada uno llevaba consigo su propia historia por lo que fue un instante de conexión espiritual para todos. Por lo que cuentan, la mayor parte de los grupos que visitan el lugar lo toman de igual forma. Ese punto del mapa no es un paisaje turístico, aunque lo parece por su belleza, es realmente un santuario donde prima el respeto, la calma y el silencio.

Ya pasada la emoción y el asombro por el entorno, empecé a pensar más racionalmente y volví a preguntarme, y reconozco que intente situarme “como si…”, el cómo pudo haber sido la tragedia en esos años, con la mayoría de los involucrados con menos de 20 años de edad, sin GPS, ropa para la situación, faltos de experiencia en muchos sentidos, sumándole la cantidad de nieve, el clima y el riesgo mismo que implica estar ahí expuesto a todo tipo de dificultades.

Y a eso habría que sumarle el factor emocional que puede producirse en seres tan jóvenes ante el abismo de lo imposible. Realmente era inimaginable al punto de no creer como pudieron salir de ahí. Es un pensamiento que al desmenuzarlo resulta temeroso, desbordante y angustiante.

Ese lugar es literalmente como se dice “una aguja en un pajar”, donde no hay posibilidades para desarrollar vida. Por las superficies del terreno, por el intenso viento y por las temperaturas de la época resulta completamente inhóspito para cualquier tipo de vida instalarse ahí más de lo que requiera una visita en modo turístico.

En esos momentos, y particularmente en ese lugar, es cuando uno puede tomar verdadera dimensión de los hechos y sus relevancias. Después de todo, nosotros también fuimos jóvenes por un instante, los cuales llegamos por elección, pero también buscando preguntas y sentido a los tantos interrogantes que nos ofrece esta hermosa vida. No sabíamos bien como llegar a destino tampoco, lo único cierto y tangible era nuestra voluntad de llegar y de encontrarse en ese intento con uno mismo.

En definitiva, pienso que toda experiencia que se vive, es un gran camino por el que uno transita, a veces con destino y trayecto cómodo, agradable; pero otras veces no tanto, e incluso pueden resultar lo contrario. Pero creo que en esa incomodidad que siempre habita en los momentos más difíciles, es cuando se nos presenta una verdadera y única gran oportunidad de aprender más como seres humanos. Porque en épocas donde todo brilla, los sentidos de alguna forma se relajan, dejando pasar señales o, simplemente sin reparar en nada que nos aleje de ese estado de calma. Pero de igual forma sucede que en los momentos de mayor dificultad, el ser humano saca a la luz su instinto más puro de supervivencia, agudizando sus sentidos al extremo con el único fin de salir adelante, sobreponiéndose a todo. Es ahí, en esos instantes que el ser humano muestra también su lado más creativo y humilde. Solo repara en lo verdaderamente importante, y desde ahí desarrolla una serie de recursos genuinos, en pos de superarse. De ahí nace esa gran oportunidad que mencionaba.

Esa fortaleza o ese talento, es creo una de las cosas más admirable que tenemos como individuos. Pero, así como tenemos esas herramientas, también tenemos la responsabilidad, de sacar conclusiones y aprendizajes que nos sirvan a largo plazo, no solo para compartir con nuestros seres queridos, sino también para enriquecer nuestro espíritu y seguir desarrollando ese ser de luz que cada uno lleva dentro de sí.

Hoy ya me siento con el deber cumplido, por lo menos en lo que refiere a esta experiencia, no solo por haber cumplido el sueño de realizarlo, sino también por reencontrarme con ese sentimiento que tuve en mi adolescencia, y que hoy sigue creciendo, como lo es la profunda admiración hacia el ser humano en cuanto a ese potencial inagotable que tiene en pos de alcanzar los imposibles.

En este caso particular, los protagonistas fueron aquellas personas que tuvieron que afrontar el tremendo y crudo desafío que ofrece la vida misma, quienes gracias a ese fuego interior de superarse y sobrevivir (entre muchos otros factores ajenos a lo racional) lograron atravesarlo y enriquecerse como seres humanos. Lógicamente incluyo en esa lista a los que contaron la historia como también a los que quedaron inmersos en el recuerdo.

En honor a todos y cada uno de ellos, con el mayor de mis respetos y admiración, y con mi más sentido y puro respeto a sus memorias y a la de todos sus familiares, aplaudo de pie y en silencio, por sobre sus tumbas, la enorme hidalguía de sus hechos.

Ya para terminar, comparto este pensamiento: creo que todos nosotros tenemos día tras día, grandes y pequeños desafíos para recorrer y conquistar. Estará siempre en cada uno de nosotros, encontrar la forma de superarlos, para luego elegir y decidir, el destino y fin de los regalos de luz que encontremos en el camino.

que el hombre sepa… que el hombre puede

Ariel Fathala
Buenos Aires, Marzo de 2017.

Si queres o necesitas más información sobre la experiencia, te invito a que dejes tus comentarios o me escribas. Estaré encantado de poder colaborar por la causa.
Nota: la frase del título es original de la película Expedición Atlantis


Viaje al Avión de los Uruguayos - Valle de las lágrimas 2017 from Ariel Fathala on Vimeo.




Comentarios

Anónimo dijo…
Emotivo mensaje. Muy estimulante
Anónimo dijo…
Excelente! Emotivo y muy estimulante
Marcus dijo…
Muy bueno, Ariel. Me gustó mucho el paralelismo que trazás entre dos historias de superación: la de los rugbiers y la tuya, que consiste en llegar al lugar de la primera.
Gracias Ariel por compartir tu experiencia con nosotros!!

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